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"Lealtades Ideológicas"

16/10/2020
Alfredo Aranda Platero, Vicepresidente PIDE.

Lealtades ideológicas

Saciar la exaltación ideológica, a través de las redes sociales, hasta llegar a una falsa plenitud pone de relieve la facilidad con que el individuo sucumbe a la seducción de la lealtad debida que está fuertemente imbricada, desde la cuna, en el ecosistema familiar.
Las lealtades ideológicas son, en su mayoría, lealtades familiares; ocurre igual que en el deporte: la mayor parte de las veces si el padre es seguidor de un determinado equipo de fútbol, el hijo lo será, probablemente, también. Esta realidad es extrapolable a todos los órdenes de la vida: así un independentista acérrimo le hubiera importado poco la independencia si se hubiera criado, por ejemplo, es una familia extremeña alejada de las influencias de los postulados separatistas; o si un católico convencido hubiese sido adoptado de pequeño por una familia musulmana, sería el islam su religión de ahora, o viceversa. Todo es relativo, todo es engañoso, todo es mentira.
Vivimos en una sociedad falaz asentada en “verdades ideológicas” implantadas desde la infancia; no es esta, claro, una realidad absoluta porque excepciones hay muchas: las llamadas “ovejas negras”; es decir, hijos de izquierdas en familias de derechas, hijos de derechas en familia de izquierdas, ateos en familias religiosas, etc. Aunque no son pocas las excepciones, vendrían a confirmar la regla.
No es este un artículo científico sino producto de la reflexión y de la observación, tendrá que ser el lector el que evalúe su propia realidad ideológica y le otorgue mayor o menor veracidad.
Con el paso de los años se me ha ido desvaneciendo lentamente el entusiasmo ideológico, que no mis ideas; a las que no renuncio por mucho que las pisoteen determinados políticos que teóricamente deberían defenderlas, y que se convierten en herejes ideológicos paniaguados despojados de toda legitimidad.
Todos los emisarios o mensajeros que salen del letargo, por oleadas, y se cuelan en tu casa a través de la hendidura abierta de las redes, para intentar –o eso piensan– que odies a quien ellos odian a través de montajes y falsedades, sólo están repitiendo un esquema que viene irradiado, en la mayoría de las ocasiones, de la propia genealogía familiar.
La prensa no escapa al influjo de las lealtades ideológicas que entierran su código deontológico hasta quedarlo cautivo bajo una ciénaga de amarillismo informativo. Buena prueba de ello la tenemos en determinados medios informativos que convierten su periodismo adulterado en una trinchera desde la que disparar al enemigo ideológico con noticias inventas, con medias verdades, con pruebas falsas y con una pertinaz insistencia en su periodismo político.
Con solo un titular de prensa, de temática política, podemos estimar, con un extraordinario porcentaje de acierto, la ideología del medio que lo publica. Esta triste realidad lastra uno de los pilares en los que se asienta la democracia: la libertad de información y prensa. Libertad no significa mentir, la mentira que viene de los medios de comunicación es la más dañina para la democracia, porque la desinformación manipula la conciencia de la gente, enardece sus primitivas pasiones, enaltecen el fervor ideológico que subyace en el pensamiento de la personas, ensalzan apasionadamente valores enraizados en las ideologías que comparten emisor y receptor y, en definitiva, radicalizan al individuo.
Las lealtades ideológicas llevan a muchos ciudadanos al fanatismo, a considerar a sus admirados líderes políticos como enviados divinos; tal es así que, por ejemplo, tras las declaraciones del presidente de EEUU, Donald Trump, de que tomar desinfectante podría ser bueno para matar el coronavirus más de 100 personas fueron hospitalizadas por intoxicación por ingerir lejía o detergente.
Fe ciega en el mesías Trump, que con su gesto «musolínico», dirige, pletórico de vanidad, el país más poderoso del mundo. Da más miedo Trump que la pandemia.
Habría sido un síntoma de madurez democrática si el enfrentamiento político hubiera parado durante la crisis de la pandemia y todos los partidos políticos hubiesen, sin reproches, aunado esfuerzos para enfrentarse al enemigo común de la COVID-19; pero no, no ha sido así, se ha aprovechado el horror de la muerte y el drama que la acompaña para hacer política. Era el momento de enjaular ese odio atávico de las ideologías enfrentadas, de desprenderse de esa necesidad de odiar de la que algunos hacen gala. Ya lo dijo hace algún tiempo el escritor Juan José Millás refiriéndose a la actitud de muchos políticos y medios de comunicación: «Donde hay muertos, hay buitres».

Alfredo Aranda Platero
Maestro